Hace dos años a una mujer su pareja le tiró alcohol y luego le prendió
fuego. Murió a los días, con más de la mitad del cuerpo calcinado y
las vías respiratorias inservibles. Una agonía de espanto. Un dolor
inconmensurable. Un suplicio aberrante.
A muchos opinadores profesionales, bastantes opinadores amateurs,
algunos medios de comunicación, incontables comunicadores y varios
periodistas, se les ocurrió plantear que se trataba de un asunto
“pasional”. Y de esos, la mayoría, también suponían que por las dudas
habría que investigar también a la mujer. No fuera cosa que, con los
vestigios de golpizas anteriores, las evidencias de las quemaduras,
los testimonios de testigos, la constancia de la muerte, y todo eso
junto, algo hubiera hecho para merecer ese castigo.
Otro hombre secuestró al hijo de 9 años de su pareja, lo mantuvo en
cautiverio y le dio muerte, solo porque la mujer ya no lo quería más.
Estaba cansada de sus amenazas y golpes. Tenía miedo por lo que le
pudiera pasar a su hijito. Vecinos y allegados aseguran que hubo
amenazas previas. El niño también le tenía terror. Pensaba que algo le
podía pasar si estaba cerca de ese hombre. Y le pasó.
Una niña va a la casa de unas amigas y desaparece sin dejar rastros.
Luego de días de búsqueda, aparece muerta en un basural. Dos bandas de
facinerosos cobrándose deudas pendientes matan a la niña para
escarmentar a los rivales. Opinadores y medios en mitad de la
polémica.
Una maestra sale de su casa y nunca vuelve. El marido no tiene
coartadas firmes hasta que la filmación de una cámara de la esquina de
un barrio cercano lo contradice. Horarios que no encajan, geografías
que se confunden. Confesión de parte. Relevo de pruebas. Él la mató
para poder estar con su amante sin problemas.
Se me confunden los casos. Son decenas. Sigo buscando en la memoria y
cuento y recuento bien. Son cientos. Varios cientos.
Las mujeres no son las únicas víctimas de la violencia de género o
violencia machista. Los chicos son rehenes y muchas veces
protagonistas de la violencia. Hay miles de casos semejantes. Solo
llegamos a conocer los que por algún motivo “noticiable” se informan o
los que nos llegan en forma directa. Porque conocemos a los
participantes, porque son parientes, amigos, vecinos, o porque somos
testigos eventuales.
Hay una canción bastante conocida, muy difundida, que cantaba la
cubana renegada de su país Celia Cruz. Decía la morocha que si tu
pareja te parece que te engaña, se merece “que le den candela, que le
den castigo”. Es simplemente una crónica de lo que ocurría, y ocurre
aún, en varios países tropicales que se iluminan con lámparas con
combustible líquido.
Esperaban que la pareja, el novio, el marido, la mujer, la amante,
etc, se durmiera y le derramaban un poco de combustible en la cama,
generalmente cerca de la zona genital, y dejaban caer la lámpara para
que se rompiera y se extendiera el fuego. El hecho parecía un
accidente. Pero todos en el barrio sabían que era un castigo
“pasional”. Le dieron “candela”, decían las vecinas más dedicadas a
los chismes que a sus tareas. Le dieron “castigo”, decían las crónicas
policiales. Violencia de género. Cientos, miles de casos.
Desde la difusión del caso de Wanda Taddei quemada por su pareja, un
músico conocido por otra tragedia, los casos se multiplican. La
repercusión en los medios fue impactante y única por su magnitud.
Varias mujeres contaban que sus parejas o ex parejas las amenazaban
con quemarlas como a Wanda. Y pasó en la realidad.
¿Dónde acudir cuando nos pasa?
¿En quién confiar?
¿En la policía, en un abogado, en amistades, en vecinos?
¿Dónde hay un poco de actitud solidaria?
¿Debemos tomar Quilmes y correr desesperados por el “igualismo” en las
playas, vestidos de hippie chic, para salvarnos?
¿Decir “crimen pasional” en lugar de femicidio?
Ninguna pasión es aval de la violencia.
El amor, los celos, el querer, los besos, la sexualidad, el erotismo,
la obsesión, la locura, no son justificativos.
Nada justifica arranques violentos.
Nadie se vuelve violento por ver en TV una noticia de violencia
machista o por leer un diario o ver una foto.
La droga, el alcohol, tampoco son elementos atenuantes a la hora de
emplear violencia, a la hora de violar, de golpear, de quemar de
matar.
Y si yo no estoy de acuerdo con la violencia machista, si yo no la
practico, ¿cómo puedo hacer para contribuir a que disminuyan los
casos?
La solidaridad es un comienzo.
El involucrarse cuando sabemos de algún hecho.
Participar y acompañar a las víctimas es la manera.
No estamos exentos de ser agredidos.
Inclusive los datos indican que los violentos agreden a hombres
adultos y mayores, para ocultar testigos, para impedir defensas, para
cortar posibles lazos solidarios.
Yo también tengo miedo.
Seamos valientes.
Tomemos partido.
La indiferencia es complicidad.